Rosa Galindo nos propone un recorrido por los territorios desconocidos del alma. Ha preparado un auténtico paisaje emocional que se desvela como un “no jardín”: una negación que paradójicamente abre la puerta a todo un despliegue de afirmaciones, en el sentido en que nada ha sido excluido: desde lo ordenado a lo caótico, lo razonable o lo salvaje, lo verdadero o lo imperfecto. Ha abonado una tierra donde agarre la libertad, donde crezcan los opuestos que se complementan, donde el tiempo fertilice la unión entre todas los pensamientos, subjetividades y objetos. Su no jardín está cargado de sensaciones, vivencias, recuerdos, alegrías, tristezas, sueños y anhelos que no se pueden verbalizar ni concretar más que en colores y formas abstractas. Rosa necesita atravesar la piel de las cosas, las personas y los hechos figurativos para encontrar los caminos de lo trascendental que conecta con los misterios de la vida.
Equilibra la tensión entre la materia mundana y la esencia sutil de su sensibilidad a través de un lenguaje expresionista abstracto emocionallimitado, de alguna manera, por el uso del metacrilato; con el primero da rienda suelta a una rebelión de colores y formas con las que bucea por el caos de lo inconsciente, lo velado e irracional del ser humano; sin embargo, la superficie limpia y pulida del metacrilato han contribuido a serenar este torrente.
Los reflejosse han convertido en pincelada imprescindible para romper la frontera entre el espacio exterior e interiorcreando un escenario pictórico más afín a la artista y su capacidad de acoger: una solución de continuidad que introduce al espectador dentro del cuadro; las obras dejan de ser un simple plano, para convertirse en un pasadizo que favorece el flujo de ida y vuelta, un movimiento entre espectador que mira y se adentra, al mismo tiempo que es observado y solicitado a participar, un vaivén que seduce y produce vértigo.
donde crezcan los opuestos que se complementan, donde el tiempo fertilice la unión entre todas los pensamientos, subjetividades y objetos. Su no jardín está cargado de sensaciones, vivencias, recuerdos, alegrías, tristezas, sueños y anhelos que no se pueden verbalizar ni concretar más que en colores y formas abstractas. Rosa necesita atravesar la piel de las cosas, las personas y los hechos figurativos para encontrar los caminos de lo trascendental que conecta con los misterios de la vida. Equilibra la tensión entre la materia mundana y la esencia sutil de su sensibilidad a través de un lenguaje expresionista abstracto emocional limitado, de alguna manera, por el uso del metacrilato; con el primero da rienda suelta a una rebelión de colores y formas con las que bucea por el caos de lo inconsciente, lo velado e irracional del ser humano; sin embargo, la superficie limpia y pulida del metacrilato han contribuido a serenar este torrente. Los reflejos se han convertido en pincelada imprescindible para romper la frontera entre el espacio exterior e interior creando un escenario pictórico más afín a la artista y su capacidad de acoger: una solución de continuidad que introduce al espectador dentro del cuadro; las obras dejan de ser un simple plano, para convertirse en un pasadizo que favorece el flujo de ida y vuelta, un movimiento entre espectador que mira y se adentra, al mismo tiempo que es observado y solicitado a participar, un vaivén que seduce y produce vértigo. De esta forma, pasear por el “no jardín” de Rosa no sólo nos da acceso a su mundo más íntimo en sus pinturas, sino que, además, posibilita entrar en un tiempo dislocado, al invertir el proceso de pintar, incorporando el azar como una pincelada añadida al desarrollo creativo y vivencial. El itinerario continua con los Paquetes de memoria, una pieza que recopila memorias emocionales que han sido la base conceptual de los cuadros de Rosa; estos fardos contienen los recuerdos y evocaciones replegadas, papeles que llevan impresos rastros de existencias, guardadas y protegidas. Aunque también hay remembranzas que piden desplegarse, como en la pieza Móvil, donde se articulan en un esqueleto animado, capaz de generar nuevos relatos y escenarios compartidos. La artista descubre la huella de lo ausente en cualquier cosa, y una vez reconocida no le importa la procedencia. Encuentra valor en las cosas pequeñas y desechadas, en lo inútil y descartado. Para ella, cualquier elemento es susceptible de alojar un recuerdo o una emoción; los recoge, los limpia y atesora hasta que les confiere una nueva vida al incorporarlos en esculturas como Tótem, una pieza que se eleva en el espacio como si quisiera ser una partícula fundamental más y unirse al polvo cósmico. Así va entretejiendo una suerte de mundo reciclado en el que se presenta la materia como suceso en crudo. Piezas tridimensionales como Botes, Acetatos, o Skyline, donde la artista participa únicamente en la elección y en el nuevo orden que les asigna; los objetos y materiales provienen del proceso de otras obras ya sean propias o ajenas. Al reorganizar estas piezas y observarlas con cierta distancia se percibe el proceso de la vida, en principio, sin pretensiones artísticas, pero sí con voluntad de poner en valor la sensibilidad, la imaginación y la libertad, lo que culminará en formas que van más allá de lo que entendemos por válido y bonito a simple vista. La ruta del “no jardín” se amplía con la pieza Nómada, donde queda reflejada la experiencia del viajero, su armonía con el entorno con el que interacciona sin aferrarse; porque para el caminante seguir el devenir del movimiento natural no es una elección sino una necesidad, una evolución que le muestra lo esencial para aligerar los pesos de la mochila de la existencia. Durante el andar aprende a despegarse, a dar y tomar lo imprescindible, ensancha los límites de su identidad y su frontera. Para concluir este itinerario, Rosa Galindo ha colaborado con el artista visual Manuel Granados en la pieza titulada Narciso olvida su reflejo donde se pone en relación los cuatro elementos ancestrales: tierra, agua, aire y fuego, con la terna sacra que simboliza la perfección y el equilibrio. Al unir el 4 y el 3 nos da el número 7 que alude a la totalidad del universo en movimiento. Rosa presenta la materialidad de tres chapas de hierro dispuestas en el suelo, en representación de la tierra como símbolo de fertilidad, sobre las que derrama agua, elemento que hace posible la vida; Manuel proyecta 7 vídeo arte de abstracciones de la naturaleza, siendo la luz metáfora del fuego mientras que el sonido se sirve del aire para desplazarse. El conjunto forma una instalación que fusiona todos los elementos para favorecer la evolución de la conciencia. Susana Pardo